He
tenido la fortuna de haber colaborado durante 18 años en distintos
momentos en la inclusión educativa: como maestra frente a grupo en
preescolar incluyendo niños con discapacidad; maestra de apoyo en
primaria como parte del equipo de USAER; iniciadora de un programa de
inclusión a nivel preescolar, primaria y secundaria en escuela
bicultural y escuela montessori
y actualmente coordino tres grupos de alumnos con discapacidad que
están inmersos en una escuela regular, desde preescolar hasta
preparatoria.
Por
lo tanto, esta pregunta es parte de mi quehacer cotidiano. Quiero
compartirles algunas de las inquietudes al respecto.
La primera
experiencia de lo que es la inclusión educativa, la tuve siendo maestra
de 3er año de preescolar. Una de mis alumnas tenía espina bífida y
no podía caminar. Ella se movilizaba en una carreola con mi ayuda y al sentarse en el piso con el apoyo de sus manos. El día
de la posada navideña, a mí se me hizo de lo más natural tomarla en los
brazos para que le pegara a la piñata. En eso estaba, cuando me dice muy
seria: “No maestra, no me cargues, mejor bájame la piñata”.
Fue una sacudida a mis esquemas normalizadores, una lección
de respeto y de búsqueda de inclusión. A partir de esta experiencia, veo
a la inclusión como ese cúmulo de pequeños cambios que todos los días debemos hacer todos los actores involucrados en una escuela, para
“bajar” la piñata del aprendizaje integral a nuestros alumnos. Así como
ellos son, sin querer normalizarlos, y al mismo tiempo ofrecerles por
derecho, el ambiente más normal posible de acuerdo a su etapa de vida.
Estos cambios requieren darse en tres pistas paralelas, que de acuerdo al “index for inclusion”. que nos explicaba Tony Booth
en un taller, comienzan en el cambio de pensamientos y de percepciones
que alimentan las actitudes y las acciones.
La primera pista es crear
una cultura de inclusión en la escuela.
La segunda, determinar
políticas incluyentes en la escuela.
La tercera es implementar
prácticas inclusivas.
Cada una de estas pistas son como los tres pedazos
de cabello que tejen una trenza, que se van cruzando, complementando,
afianzando unos a otros.
Aquí
juegan un papel determinante las autoridades educativas. La inclusión
tiene que ser una parte fundamental de la identidad de la institución
educativa, con el compromiso que ello implica por parte de la dirección;
los docentes, administrativos, intendencia todo aquel que va permeando al ser
los actores de la escuela. ¿Quienes van modelando más con el ejemplo que con
la palabra, quienes somos y la manera en que incluimos a todos los alumnos de esa
comunidad? Sin duda son los líderes de la institución. No se trata de crear “una experiencia”, de ver como nos
va, ni de hacerle un favor a una familia. Crear una cultura incluyente
implica un compromiso por trabajar con la pedagogía de las diferencias,
del respeto a la diversidad de todos los alumnos. El foco no está en la
discapacidad de los alumnos a incluir sino en las fortalezas y retos que
tienen todos en un grupo, en las fortalezas que implica
aprender con otros, de manera única. Hay estudios que muestran que la
diversidad es una riqueza en un salón de clases, pero lo es la diversidad en
una cultura educativa incluyente donde se trabaja con la unicidad de
los alumnos y los valores formativos que ello implica. Un ejemplo para
fomentar esta cultura incluyente sería celebrar la diversidad el día
internacional de las personas con discapacidad, así como una riqueza,
con ejemplos concretos, no como un problema a resolver, como un alumno a
normalizar. Otro ejemplo es iniciar con la escucha de los docentes, preguntándoles cuáles son sus experiencias en torno a la relación con personas con discapacidad, pueden ser familiares o vecinales. Lo importante es detectar en forma general que emociones prevalecen en este tipo de relación y de donde vienen, si es miedo, o rechazo, o aceptación. Y muy importante, preguntar e indagar, p.ej ¿ cuáles son los 5 alumnos que les presentan mayor reto como docentes para el aprendizaje? Si hablamos de pedagogía de la diferencia, ya no ponemos en el centro a los alumnos con discapacidad, sino a todos los alumnos con dificultades que aprenden en forma específica.
2. Determinar políticas incluyentes.
2. Determinar políticas incluyentes.
En todas las escuelas hay políticas explícitas para la contratación de personal y para la prestación de servicios educativos. También existen políticas implícitas en el modelo educativo que ofrece la escuela,
en la forma de planear de los maestros, las metodologías que se
utilizan, las formas de evaluar a los alumnos, a los docentes, entre
otras. En una escuela incluyente, si se hace esta opción, se requiere
una revisión honesta de todas ellas para ir cambiando de la exclusión
a la inclusión. Determinar las barreras arquitectónicas y modificarlas, para incluir a personas que usan silla de ruedas, no sirven si no se pueden establecer políticas de trabajo
colaborativo entre maestros de grupo regular y maestros especialistas o
de apoyo. Por ejemplo, las planeaciones grupales del mes en curso se
las queda el maestro de grupo y las comparte al maestro de apoyo cuando termina el mes. O bien, si en las políticas de planeación
institucional no se toman en cuenta la capacitación docente y la
sensibilización a padres y alumnos para dar atención a grupos heterogéneos, difícilmente se darán cambios perdurables hacia la inclusión.
3. Implementar prácticas incluyentes.
Muchos
cambios vienen desde abajo hasta arriba en las escuelas. Los
promueve un maestro con un alumno en un grupo, lo comparte con
otros colegas. Un cambio en la metodología
de la lectura y escritura, una maestra se abre a trabajar con un nuevo
método, o un utiliza un nuevo material y da resultados. Entonces lo comparte,
contagia el entusiasmo y va subiendo hasta llegar al director. Con ello, se puede incidir en un cambio en las políticas y
se abona en la cultura de la inclusión, del respeto a la diversidad
centrado en el contexto, no en el niño. Otras veces estas prácticas
vienen de los padres, que buscan, investigan, se preparan y capacitan al
maestro de su hijo abriendo el panorama hacia nuevas formas de
aprender, de relacionarse, de encontrar la manera de avanzar.
Afortunadamente hay muchos padres que luchan, que buscan, y muchos
maestros que también
lo hacen. Desafortunadamente, estas prácticas se quedan a nivel de
experiencias, no de políticas y no se sistematizan, no se evalúan, no se
generalizan.
Para
avanzar y transformar una institución educativa de la exclusión a la
inclusión, requerimos trabajar en la sensibilización, la capacitación,
la comunicación asertiva, el compartir lo que hacemos bien,
valorarnos, romper miedos y dejar de ver la diferencia como amenaza. El
cambio comienza en el interior de cada uno, pues todos necesitamos de
todos. El camino es compartir.
Pregunté en el muro de Facebook de Declic
cuáles eran las claves del éxito en la inclusión y varias mamás
respondieron. De todas las respuestas compartidas rescato estos 10
puntos de Lupita Campos que me parecen muy claros y concisos. No quiero
quitar ni poner nada, solo compartirlos.
1. Escuelas comprometidas
2. Empatía
3.-grupos reducidos y solo 10% de chicos con nee (si no ya no seria escuela de inclusión)
4.- un taller bueno de sensibilización a los alumnos.
5.-talleres donde el chico pueda destacar en lo q mas le guste desarrollar su potencial(musica,deporte, canto,dibujo,ingles,pintura teatro,etc).
6.- un plan de trabajo adaptado solo para el dentro del contexto de grupo.
7.- compromiso de los padres, no solo se trata de ir y dejar a los hijos y q la escuela se encargue de ellos.
8.-ganas y compromiso de los profesores en capacitarse. ( q las escuelas donde laboran se comprometan a capacitarlos)
9.- Un buen equipo de colaboradores como psicólogos,terapeutas,neurólogo. Donde realizan una visita a la escuela y ayuden a saber manejar al niño. (Con lo q cobran las escuelas claro q pueden hacerlo)
Gracias Lupita por tomar el tiempo de reflexionar. ¿Qué opinan? ¿Cuál es su experiencia?
rioroVspersa Neal Padilla click
ResponderBorrarpaytegsoftma